jueves, 24 de febrero de 2011

LA PETITE MORT

Diez de la mañana, entro en una cafetería con la intención de desayunar,
 ocupo una de las mesas que queda libre y espero a que venga la camarera, y entonces la veo.
 Sentada unas cuantas mesas más allá está ella
 ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía?
 Quizás treinta años, pero era ella sin duda,
 se encontraba desayunando con un amiga, la cual se levantó, y con un par de besos de despidió dejándola sola.
Decido levantarme e ir a saludarla, el reencuentro es muy agradable para los dos.
 Me siento con ella y comenzamos a charlar. Hay tanto que contar.
Es tan agradable su compañía que sin darnos cuenta casi se hace la hora de comer, la acompaño a su casa, curiosamente vive a escasos metros de donde nos encontramos,
 me invita a subir y enseñarme su casa, a lo cual accedo de muy buena gana.
Es un duplex muy diáfano, 
—Ponte algo de beber —me dijo— enseguida estoy contigo.
Poco después oigo como corre el agua de la ducha del piso superior,
 puedo imaginar cómo introduce su cuerpo bajo la cascada de agua y como las gotas se deslizan por su cuello vertiginosamente acariciando sus pechos, mojando su vientre, su pubis, sus pies.
Como sus manos enjabonan su espléndido cuerpo.
Pronto cesa el sonido del discurrir del agua y unos minutos más tarde apareció ante mí,
 el pelo ondulado, ligeramente mojado,
 vestía pantalón de chándal y camiseta blanca, y su gato, ronroneando, giraba alrededor de sus pies.
—Perdona —dijo ella— pero es una manía que tengo, cada vez que entro en casa lo primero que tengo que hacer en darme una ducha y ponerme cómoda.
—No te preocupes —dije yo ofreciéndole un Martini rojo que había preparado.
Nos sentamos en unos taburetes, cada uno enfrente del otro, separados por una pequeña barra de bar que hacía la función de mesa en la cocina, estuvimos conversando una hora más, hasta que digo que tengo que marcharme.
—¿Por qué no te quedas a comer? —dice ella.
Tardo poco en decidirme y acepto su invitación. Como negarme.
Terminamos de comer y nos sentamos en el amplio sofá que preside la zona del salón.  Diana Karll suena en el equipo de música.
Sentados uno enfrente del otro, con una pierna recogida sobre el sofá y una copa de Baileys en la mano, continuamos hablando,
 ella apoya su mano en su cara y el codo en el respaldo, el sol que pasa por los cristales se enreda en su pelo,
 ¡Dios, está guapísima!
Sus grandes ojos marrones cautivan mi mirada,
 sin poder evitarlo me fijo en su boca, sus labios, dulces por el líquido que acaba de beber,
 los cuales son limpiados por su lengua que recorre  todo el contorno de aquellos pétalos rojos.
 Mi mirada sigue bajando hasta llegar a su pecho,
 unos pezones rebeldes empujan desde el interior intentando asomarse a través de la prenda que los cubre, noto como se me altera el pulso, 
 la sangre corre más rápidamente por mis venas,
 me corazón golpetea azorado en mi pecho en completa confusión,
 vuelvo mi mirada a sus ojos y noto como ella mira mis labios,
 mis ojos; mis ojos, mis labios.
 Inconscientemente yo hago lo mismo,
poco a poco  nuestras cabezas se van acercando hasta que nuestras bocas se quedan a tan solo unos milímetros una de otra,
 la respiración se acentúa,
 los labios se rozan levemente,
 una, dos, tres veces,
 el corazón parece querer salir del pecho.
 Humedecemos nuestros labios y los juntamos con un beso más prolongado,
 dejamos las bebidas encima de la mesa de centro y nos abrazamos estrechando nuestros cuerpos.
 Sus manos, suaves como la seda, juguetonas, comienzan a explorar mi cuerpo por debajo del suéter,
 se deslizan hacia la espalda y ascienden hasta el cuello,
 un escalofrío recorre mi espalda cuando sus dedos tocan mi nuca
 y me produce un ligero encogimiento de hombros.
 Acto seguido me quita el suéter dejando mi torso desnudo,
 coloca sus manos, una a cada lado de mi cuello y me besa, lentamente,
 con dulzura, para poco a poco hacerlo con pasión y lujuria.
 Sus labios abandonan los míos y se deslizan como si hicieran slalom a través de mi cuello,
 su lengua deja su rastro en mi piel mientras desciende a mí pecho,
 recorre el contorno de mis pezones
 y el esmalte de sus dientes de clava ligeramente sobre ellos provocándome un gemido de placer.
 Deseo ver sus senos y le quito la camiseta,
 sus pechos rebeldes apuntan hacia mí con los pezones erguidos y desafiantes,
 mis manos se acoplan a su cintura y pueden notar el calor de su cuerpo
 y la extraordinaria suavidad de su piel.
 Mi respiración se acelera mientras mis manos viajan por su vientre, temblorosas un poco por la excitación del momento, y toman rumbo hacia sus pechos.
Ella se tumba con los brazos hacia atrás,
 me inclino sobre ella y mis manos acarician sus firmes pechos,
 mis dedos retuercen suavemente sus pezones y a continuación
 son mis labios los que besan esos volcanes de placer,
 mi lengua va describiendo círculos, desde la base, hasta su cima, donde acentúo su ritmo.
Por turnos la lengua empuja los pezones y a continuación son succionados por mi boca,
 provocando en ella ciertos gemidos de placer y alguna que otra risa,
 después, zigzagueando,
 mi lengua desciende por el valle de sus pechos hasta llegar a su ombligo,
 momento en que ella levanta sus caderas,
 lo que entiendo como una invitación para que le quite su pantalón,
 no hace falta que me vuelva a hacer otra insinuación.
Mis manos tiran lentamente de él mientras mis labios prodigan besos
 a cada centímetro de piel que queda al descubierto.
 De vez en cuando miro su cara,
 sus ojos cerrados,
 el color de sus labios se ha acentuado ligeramente y en ocasiones sus dientes mordisquean su labio inferior. Mis manos hacen una leve presión en los gemelos de sus piernas y ella reacciona abriéndolas más.
 Acaricio la parte interna de sus muslos y mi lengua dibuja su nombre por encima de la goma de sus braguitas, su garganta emite sonidos que denotan señales inequívocas de placer.
 Con una suave caricia mis dedos recorren todo el encaje que cubre su vagina,
 el cual se nota húmedo,
 el calor que desprende su sexo aumenta mi excitación,
 mis besos van recorriendo cada milímetro de aquella prenda
 mientras  mis manos comienzan la retirada de la misma lentamente.
 Para deleite de mis ojos y del resto de mis sentidos va apareciendo su pubis,
 a lo que le sigue sus labios mayores,
 con el lento descenso de su ropa íntima incremento los besos sobre sus piernas hasta que la retiro completamente de su cuerpo.
Le pido que se gire y tumbada boca abajo sigo acariciando sus piernas,
 mientras, mi boca, ávida de por su piel,
 despliega toda su lujuria sobre ella y va dejando su húmedo rastro en su piernas,
 nalgas y espalda hasta llegar a su cuello,
 en ese momento ella se gira y cambiamos las posiciones,
 ahora soy yo el que se encuentra tumbado y ella empieza a besar mi pecho,
 mientras, sus manos empiezan a desabrochar el cinturón de mi pantalón,
 el botón, la cremallera,
 en un instante el pantalón se encuentra  en el suelo de parqué,
su mano acaricia mi pene erecto por encima de slip,
 poco después noto el calor de su boca encima de la prenda que cubre mi sexo,
 y casi al instante,
 nuestros labios se besan con deseo y su mano se desliza por el interior del slip,
 acariciando mi pene y mis testículos,
 baja un poco la prenda  que le sirve de obstáculo para realizar sus deseos
 y con la ayuda de sus pies la elimina por completo,
 después se apodera de una de las copas de Baileys
 y lentamente la va derramando sobre mí cuerpo a la vez que lo va lamiendo.
 El placer aumenta y siento irrefrenables deseos de poseerla,
 pero todavía no ha llegado el momento.
 Ella se gira y coloca mi cuerpo entre sus piernas
 mostrándome su sexo
como una flor abierta esperando para que recolecten su polen,
 como una abeja laboriosa mi lengua empieza
 a describir círculos alrededor de sus labios mayores para,
 poco a poco, hacer una incursión en los menores.
La punta de mi lengua se entretiene ahora en el clítoris,
 que se asoma con el deseo de ser acariciado,
 lo empujo y lo lamo,
 oigo gemir a mi compañera de juegos mientras ella,
 con mi pene en sus manos,
 empieza a chuparlo lentamente,
 como a cámara lenta, cada vez lo introduce más en su boca,
 sus manos acariciadoras estimulan mis testículos,
 tanto ella como yo intensificamos el ritmo y nos inunda el placer.
Nos detenemos antes de llegar al orgasmo,
 ella se levanta y se gira sentándose encima e introduciendo mi pene en su vagina,
 ella es la que tiene el control, siempre lo ha tenido.
Sube, baja, noto como contrae los músculos de su vagina para sentirme más dentro de ella.
Relaja…, contraeee…, subeee…, bajaaaa…, gemimoooosssss…
PLACEEEEEEEERRR
Mis manos acarician sus pechos,
 se tumba encima de mí,
 me besa,
 las puntas de sus dedos se deslizan con fuerza sobre mi pecho mientras se incorpora,
 sin apenas despegar su pubis del mío comienza a describir círculos que aumentan nuestra lujuria,
 mi dedo pulgar acaricia su erecto clítoris
 mientras ella sigue con su frenético vaivén.
EXTASIS, GOZO, DELECTACIÓN, CONCUPISCENCIA
Noto como sus fluidos salen al exterior y mojan mi piel,
 sigue cabalgando encima de mí, no aguanto más.
Con un estallido descargo todo mi semen en su interior,
 con ímpetu levanto mis nalgas mientras un grito de placer sale de nuestras gargantas,
 me incorporo y la abrazo fuertemente mientras ella continua moviéndose.
TENSIÓN, JADEOS, RESPIRACION ENTRECORTADA, SUDOR, CARICIAS,
BESOOOOOSSSSSSS
PLACEEERRRRRRRRRRRR
De nuevo otro orgasmo, pálidos flujos de libertad que abandonan nuestros cuerpos, por un instante a ella la invade La Petite Mort
Después el descanso, el sosiego, el relax.
 La calma antes de la próxima tempestad.
Al alcanzar un orgasmo algunas mujeres pierden la conciencia durante unos segundos, sufren una pequeña muerte o PETITE MORT
(quelques hommes aussi; il ne faut que trouver la personne adéquate)

1 comentario:

  1. hufff , nada de petit mort, eso es el gran nacimiento.

    ResponderEliminar